El yeísmo es una de esas cuestiones no tan conocidas por la población general como el seseo y la distinción de z y s o la confusión entre b y v. Y, mientras que esta es la regla, y aquella, la gran tendencia mundial, el yeísmo es un fenómeno de gran vitalidad que —muy probablemente— llegará a erradicar, en no muchas generaciones, a uno de los relativamente escasos fonemas del español. Veamos, pues, la historia del yeísmo.
Parece necesario plantearnos, en primer lugar, esta pregunta: ¿qué es el yeísmo? Es el fenómeno por el que pronunciamos de idéntica manera las grafías ‹y› y ‹ll›, es decir, con el fonema /ʝ/. La pronunciación es variada según diversos factores, pero lo más frecuente es la pronunciación [ʝ]. Ya hablaremos de esto más tarde.
La siguiente pregunta, igual de importante por aquello de desterrar prejuicios lingüísticos, es: ¿el yeísmo es malo? No. Tampoco es malo que pronunciemos ge y gi igual que je y ji; ni que no pronunciemos la ‹h›; ni siquiera que pronunciemos igual b y v.
Sea como fuere, lo que queremos conocer es la historia del yeísmo. Antes de empezar, recordemos:
- la grafía ‹y› representa stricto sensu /ʝ/
- la grafía ‹ll› representa stricto sensu /ʎ/
- el yeísmo hace que tanto ‹y› como ‹ll› se pronuncien /ʝ/
Antes de proseguir con este artículo, no está de más leer, por este orden, este artículo de Lola Pons y este otro de Rosario González Galicia.
Empecemos por el latín
En latín no existían ni ‹y› /ʝ/ ni ‹ll› /ʎ/. Naturalmente, sí que existían las grafías ‹y› y ‹ll›, pero representaban los fonemas /y/ (la u francesa o ü alemana) y /ll/ o /lː/ (l doble o larga), respectivamente.
Por tanto, los sonidos /ʝ/ y /ʎ/ fueron creados a lo largo de la historia del la evolución del español desde el latín.
Aparición de /ʝ/ y /ʎ/
Investigar la historia del yeísmo nos lleva de forma obligada a sumergirnos primero en la propia historia de los dos fonemas inmersos en el fenómeno.
Orígenes de /ʝ/
/ʝ/, el fonema de ‹y›, procede de la evolución de ejemplos como iacere > «yacer», podiu > «poyo», exagiu > «ensayo», rubeu > «royo»…
También de las secuencias d, g o b/v + yod (p. ej. podiu > «poyo», exagiu > «ensayo», rubeu > «royo», fovea > «hoya»).
E incluso del resultado de la diptongación de ĕ‑ tónica mediante el siguiente procedimiento: ĕ‑ > /ie/‑ > /ʝe/ (p. ej. ĕqua > «yegua»). Si tenemos en cuenta que la fonotáctica del español no tolera bien la secuencia /ie/ en inicial de palabra, es totalmente normal. Recordemos que «hierba» normalmente la escribimos con ‹hie‑›, pero también la podemos escribir ‹yerba›, sobre todo cuando hablamos del mate; esto demuestra, incluso en el español actual, la validez de esta tendencia. (La cosa no ha prosperado, sin embargo, con la ortografía de «hielo»).
(Todos estos orígenes pueden evolucionar de forma distinta dependiendo del contexto, aunque esa no es la cuestión de este artículo).
Orígenes de /ʎ/
Como sabemos, /ʎ/ apareció en romance de forma bastante temprana; sin embargo, esta /ʎ/ primera se perdió al evolucionar a /ʒ/ y luego a /x/. Por eso, de filiu tenemos «hijo» y no *«hillo».
Más tarde apareció otra /ʎ/ de origen diferente, concretamente de dos tipos y por este orden según su cronología relativa:
- Palatalización de ll, como en caballu /kaˈbalːu/ > «caballo»
- Palatalización de cl‑, fl‑ y pl‑, como en clave > «llave», flamma > «llama», plenu > «lleno»
Anecdóticamente tenemos casos similares a ĕqua > «yegua», en los que la diptongación de ĕ causa palatalización de l: lĕvo > lievo > «llevo».
La cuestión: el yeísmo
Como todo el mundo sabe, en español siguen plenamente vigentes las palabras «caballo», «llave», «llama» y «lleno». El quid es: ¿cómo se pronuncian todas estas elles?
Haciendo un poco de arqueología de la fonética española, uno puede consultar el Manual de pronunciación española de Navarro Tomás de 1918, donde encuentra lo siguiente (negritas mías):
En pronunciación andaluza e hispanoamericana, la ll de la escritura se pronuncia como la fricativa y, o como una variante de j francesa, diciendo caye, cabayo, en lugar de calle, caballo, etc.; esta sustitución es también corriente en el habla vulgar de Madrid y de otras poblaciones castellanas […]. La pronunciación correcta, según el uso general de la conversación culta castellana, requiere saber distinguir claramente ambos sonidos.
Antes de proseguir con esto, veamos las causas: ¿por qué triunfa el yeísmo?
Causas del yeísmo
Recordemos una vez más que el yeísmo es la neutralización de los fonemas /ʝ/ y /ʎ/ en favor de /ʝ/, a expensas de /ʎ/. Esta desfonologización tiene varios motivos, pero principalmente dos.
Sonidos muy parecidos
Simplemente, estos dos fonemas son demasiado similares, o sea, tienen pocos rasgos distintivos, es decir, que los diferencien. Veamos sus características:
Recapitulando: los dos son palatales y sonoros. Las diferencias son que /ʝ/ es fricativa y /ʎ/ es aproximante (diferencia no muy grande, pues) y, sobre todo, que /ʝ/ es central y /ʎ/ es lateral (algo mayor, pero tampoco insalvable).
Pocos pares mínimos
Los escasos pares de palabras que se diferencian solo en ‹y› y ‹ll› y la similitud de /ʝ/ y /ʎ/ son las principales causas del yeísmo
Los escasos pares mínimos con /ʝ/ y /ʎ/ y los mágicos efectos del contexto hacen que uno siempre entienda el mensaje independientemente de que «calle» se diga [ˈkaʎe] o [ˈkaʝe] y de que pronunciemos igual «vaya» y «valla».
Inicios del yeísmo
A menudo se menciona, citando a Menéndez Pidal o a Rafael Lapesa, que ya hay muestras de yeísmo en el siglo X u XI. Ya Ariza desmiente esto.
Sí tenemos yeísmo seguro a partir del siglo XIV. Poco importa, realmente, si lo había o no antes de esa fecha. Sabemos que existía ya, como muy tarde, en este siglo porque se documentan errores ortográficos en 1319.
La explosión del yeísmo, sin embargo, no llega hasta finales del siglo XV y, sobre todo, en el siglo XVI. Lo primero, porque también hay yeísmo en judeoespañol, por lo que ya debía estar razonablemente extendido antes de la expulsión de los judíos. Lo segundo, porque la mayoría —que no toda— de Hispanoamérica también es yeísta, lo que debe significar que los conquistadores ya eran ellos mismos —en su mayoría, al menos— yeístas.
Expansión (y extensión) del yeísmo
Es probable que el germen del yeísmo empezara a incubarse en el norte peninsular en tiempos de la Reconquista, cosa en parte paradójica si tenemos en cuenta que es esa zona la que actualmente más conserva la distinción.
Del norte al sur peninsular y a América
Sea como fuere, este germen yeísta descendió, junto a las huestes cristianas, hacia el sur, y germinó en la norma sevillana y, por extensión, andaluza.
Esto, como ya hemos mencionado, explica que el yeísmo viajara a América, pues el Puerto de Indias, en Sevilla —casi segunda capital del Imperio—, fue durante dos siglos el principal puerto marítimo de enlace con América.
Del sur a la capital
La emigración andaluza no ha sido capaz —por ahora— de implantar a nivel nacional la aspiración/elisión de /s/ implosiva, pero sí que llevó el yeísmo a Madrid. Ahora era ya cuestión de tiempo que la influencia de la capital hiciera el resto.
El fenómeno debía estar en auge ya en tiempos de Galdós, quien en Fortunata y Jacinta (1887) escribe (negritas mías):
La perspicacia de la madre creyó descubrir un notable cambio en las costumbres y en las compañías del joven fuera de casa, y lo descubrió con datos observados en ciertas inflexiones muy particulares de su voz y lenguaje. Daba a la elle el tono arrastrado que la gente baja da a la y consonante; y se le habían pegado modismos pintorescos y expresiones groseras que a la mamá no le hacían maldita gracia. Habría dado cualquier cosa por poder seguirle de noche y ver con qué casta de gente se juntaba. Que esta no era fina, a la legua se conocía.
Estigmatizado el fenómeno aún a principios del siglo XX, el propio rey Alfonso XIII era ya yeísta
Así y todo, parece que madrileños tan ilustres como Alfonso XIII (nacido en 1886) eran ya yeístas. Por tanto, vemos que el fenómeno del yeísmo no tardó demasiado en salir de las sociolingüísticas cloacas para llegar a coronar la pirámide real.
Por concluir este apartado: emigrantes andaluces llevaron el yeísmo a Madrid. Quien emigra lo hace normalmente por necesidad, por lo que estos hablantes andaluces —ahora en Madrid— pertenecían a las clases obreras —que es como decir «bajas»—, que contagiarían a las clases obreras autóctonas, seducidas por las ventajas del yeísmo. Siendo la clase obrera la inmensa mayoría de la sociedad, fue solo cuestión de tiempo que esta cierta inflexión se hiciera la nueva norma.
De Madrid a toda España
Que hubiera que enseñar expresamente a los locutores a pronunciar ‹ll› demuestra que /ʎ/ era ya algo ajeno a la mayoría de los hablantes
Aunque la distinción entre /ʝ/ y /ʎ/ seguía resistiéndose a desaparecer por medio de la escolarización —casi tan artificialmente como la de b y v— y algunos personajes de los medios de comunicación, el hecho de que hubiera que malenseñarles que ‹ll› se pronunciaba como li nos indica que para demasiada gente este sonido ya no era parte de su inventario.
En fin, fue en general la influencia de Madrid, ya yeísta, la que propagó el fenómeno al resto de la península, ayudada por la televisión y la radio. Las nuevas generaciones de hablantes se dejaron persuadir fácilmente y se hicieron yeístas.
¿Dónde se sigue distinguiendo y por qué?
Aun así, aún se distingue entre /ʝ/ y /ʎ/ tanto en España como en América. Los ejes o focos principales son, quizá, tres, que pueden cruzarse: áreas bilingües, generaciones mayores y áreas conservadoras. Expliquémoslo un poco.
Áreas bilingües
Como todo el mundo sabe, en España se hablan otras lenguas además del español o castellano; lo mismo ocurre en muchas zonas americanas.
Como algunas de estas otras lenguas tienen el fonema /ʎ/, entonces lo conservan también para el español y lo oponen a /ʝ/. A veces incluso /ʎ/ se adueña de los dominios de /ʝ/ (lleísmo).
Sin embargo, lo normal es lo contrario: la vitalidad del yeísmo es tal que va arrinconando a /ʎ/ también en estos territorios bilingües. Incluso yo, personalmente, conozco a algún catalán que distinguía hace unos años y actualmente no suele hacerlo.
Generaciones mayores
Muchas áreas bilingües, las generaciones mayores y los medios rurales son fuentes de conservación de no yeísmo
También por pura lógica, conforme estos hablantes vayan muriendo, este fonema irá desapareciendo y este foco se irá apagando. La descendencia de estos hablantes no suele conservar este rasgo, sino que se suma a la marea de yeístas.
Me parece adecuado hablar en este apartado —más que en el siguiente— de que la distinción también se conserva mejor en el medio rural, más apartado de toda influencia moderna. Al fin y al cabo, el campo ha quedado para los mayores, mientras que los jóvenes y no tan jóvenes se marchan a la yeísta ciudad.
Áreas conservadoras
Luego hay áreas, de mayor o menor tamaño, que son simplemente más conservadoras, aunque, nuevamente, es esperable que se vayan reduciendo con las nuevas generaciones.
¿De verdad aún se pronuncia /ʎ/?
Tomando por los pelos aquello de Ortega y Gasset, cada hablante tiene sus propias circunstancias. Si nuestro entorno es yeísta y nunca hemos oído una /ʎ/ —lo cual cada vez es más normal—, quizá pueda sorprendernos que este sonido sea de hecho un fonema del inventario fonológico del español.
Si nunca hemos oído /ʎ/, lo más probable es que sea a causa de nuestra sordera fonológica
La sordera fonológica consiste, básicamente, en la incapacidad de reconocer sonidos porque no existen en nuestra lengua y nuestro cerebro no lo tiene fichado. Por eso los hispanohablantes no distinguimos de la boca de un anglófono boys de voice, ni los chinos y japoneses, «rata» de «lata».
Sea como fuere, sí, aún se pronuncia /ʎ/, tal y como hemos visto. Ahora cabe plantearse otra pregunta.
¿Cuál es el estatus de la distinción?
Como a la autora, a mí también me parece que la anécdota de Rosario González es significativa (negritas mías):
A este respecto es significativo el caso que me sucedió hace unos meses con un alumno, cuya familia, por parte de madre, es de la misma tierra que yo: debía el muchacho de andar —como en otras ocasiones— algo enfadado conmigo y no muy contento consigo mismo, cuando, de repente —supongo que habría pronunciado yo en las cosas que iba diciendo alguna que otra ll—, me espetó: «¡Qué feo! ¡Qué pronunciación más fea! Hablas como mi abuela cuando dice «gallina». Voy algunos fines de semana a verla y me pone enfermo cuando me dice que la acompañe al corral a echar de comer a las gallinas».
Así me recriminaba, pronunciando la ll con la pronunciación exagerada y pedante de quien no la pronuncia nunca. «Pues sí, pronuncio gallina como tu abuela en su pueblo de Segovia, y Castilla y caballo. Es que en esto como en otras cosas soy arcaica. Me estoy quedando obsoleta» —bromeé por último—. Su recriminación demostraba dos cosas: un sentir, bastante generalizado entre la gente por lo que he podido percibir, de que algunos que vivimos en ciudades como Madrid pronunciamos raro, anticuado, o incluso mal […].
Con algo de suerte, seremos menos irascibles que ese alumno, pero la cuestión está ahí: pronunciar /ʎ/ se percibe como cosa de viejos, pueblerinos, paletos. Y para que veamos que nadie está libre de pecado y que la historia se repite una y otra vez, es exactamente lo mismo que aspirar actualmente la h: cosa de campesinos y catetos —y estudiantes de ELE—.
Yo era demasiado joven e inconsciente, pero aún recuerdo que, a principios del siglo XXI, una profesora mía, norteña, se vanagloriaba de hablar bien —en contraposición a nosotros, sevillanos— por pronunciar correctamente «lluvia», cuando algunos alumnos le decían que pronunciaba muy raro.
Pronunciación de /ʝ/
Como esto se sale ya un poco del propósito del artículo, resumiré. Hasta ahora hemos visto la historia de /ʝ/ y de /ʎ/ y de cómo se neutralizan.
A su vez, el fonema triunfante de la neutralización tiene diversas realizaciones que dependen de multitud de factores, como el contextual o el geográfico. Un resumen podría ser el siguiente:
¿Qué es exactamente el lleísmo?
Muy de pasada hemos mencionado el lleísmo, que es lo contrario al yeísmo. La cuestión de qué entendamos por «contrario al yeísmo» es lo que da lugar a dos definiciones más o menos enfrentadas.
Si el yeísmo es neutralizar en favor de /ʝ/ —y por tanto cambiar el panorama—, el lleísmo habrá de ser neutralizar en favor de /ʎ/
Realmente este último debe ser el significado más exacto de «lleísmo». Conservar la distinción es —como el propio verbo indica— no realizar ningún cambio respecto al statu quo y, por tanto, no hay nada nuevo ni interesante. Si el yeísmo es neutralizar en favor de /ʝ/ —y por tanto cambiar el panorama—, el lleísmo habrá de ser neutralizar en favor de /ʎ/.
El futuro del yeísmo
De todo el artículo se desprende que el yeísmo es la nueva norma. Yo no tengo el don de la adivinación, pero sí he leído algo sobre lingüística en general y gramática histórica en particular como para aventurarme a dar mi personal opinión.
Antes voy a citar el Diccionario panhispánico de dudas en su entrada sobre el yeísmo (negritas mías):
El yeísmo está extendido en amplias zonas de España y de América y, aunque quedan aún lugares en que pervive la distinción en la pronunciación de ll e y, es prácticamente general entre los jóvenes, incluso entre los de regiones tradicionalmente distinguidoras. Su presencia en amplias zonas, así como su creciente expansión, hacen del yeísmo un fenómeno aceptado en la norma culta.
Simplemente podemos decir que el estigma se ha pasado de bando desde los tiempos galdosianos y navarrotomasianos hasta el presente.
Si tenemos en cuenta que la neutralización no dificulta de ninguna forma la comprensión y que el resultado de un fonema es más simple que la variante original con dos —lo cual es uno de los grandes responsables del cambio lingüístico—, lo esperable es que llegue el momento en el que distinguir pase a ser algo anecdótico o incluso un rasgo puramente arcaizante a nivel panhispánico.
Conclusión y últimas palabras
El arrinconamiento de /ʎ/ no es exclusivo del español ni entre las lenguas romances —por ejemplo, los actuales romanos suelen pronunciar famiglia /faˈmiʎa/ como [faˈmia], de forma similar a los judeoespañoles— ni aun entre otros idiomas no latinos —como el ya mencionado griego chipriota—. Esto es muestra de que es un fenómeno lógico y natural.
El yeísmo se empezó a hacer fuerte en el español entre los siglos XIV y XVI. Aunque hace un siglo todavía sufría de cierto estigma, lo cierto es que es la gran tendencia panhispánica. El yeísmo es parte del habla de la inmensa mayoría de hispanohablantes y lo más probable es que todo el mundo que conozcas sea yeísta.
Pedestremente podemos decir que, como cualquier cambio lingüístico, comenzó como una mera desviación de la norma. Algunas de estas innovaciones —término más lingüístico— fracasan, otras pasan sin pena ni gloria, y otras —como nuestro yeísmo— triunfan.
Para concluir, veamos un esquema del proceso:
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«Historia del yeísmo: ¿por qué pronunciamos ‹y› y ‹ll› igual?», de delcastellano.com.