Por aquí nos juntamos ya perros viejos, familiarizados con varios fenómenos morfosintácticos consistentes en el uso impropio de los pronombres «le», «la», «lo» y sus respectivos plurales. A estas alturas, ya sabemos en qué consisten estos fenómenos; en cualquier caso, disponemos de numerosos medios impresos y en línea para consultar: la Nueva gramática de la lengua española, el Diccionario panhispánico de dudas o, por su concisión, los artículos de Alberto Bustos sobre leísmo, loísmo y laísmo. Lo que hoy veremos en este artículo es, pues, el origen del leísmo, del laísmo y del loísmo.
Origen de los pronombres de objeto directo e indirecto
No podemos empezar nuestra exposición sin antes aclarar de dónde proceden los pronombres españoles de objeto directo y de objeto indirecto.
Al contrario que en otras lenguas romances como el portugués o el catalán, que mezclan los pronombres demostrativos latinos hic, haec, hoc e ille, illa, illud de diversas formas, el español creó todos sus pronombres de objeto (y los artículos determinados) a partir de un solo paradigma, el de ille, illa, illud (demostrativo de lejanía, equivalente a «aquel»), de donde «le», «la», «lo» con sus respectivos plurales.
Quien domine el latín podrá deducir que «le» (objeto indirecto) procede de la forma illi (dativo, invariable en género), que «la» (objeto directo femenino) procede de illam (acusativo femenino) y que «lo» (objeto directo masculino y neutro) procede de illum e illud (acusativo masculino y neutro, respectivamente). Los plurales proceden igualmente de los respectivo plurales latinos: illis, illas, illos; aun así, viene al caso este artículo.
Tenemos, pues, que estos pronombres españoles nacieron respetando la morfosintaxis latina, es decir, lo que en latín era dativo se usaba para el objeto indirecto, y lo que en latín era acusativo se usaba para el objeto directo. Un sistema casual:
Esto, sin embargo, había de sufrir algunas transformaciones en un lugar de la Mancha Castilla…
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Origen del leísmo, del laísmo y del loísmo
Acabamos de decir que estos pronombres reflejaban de forma impoluta la morfosintaxis heredada del latín. Esto, claro, era a costa de algo que para muchos hablantes era más importante: la distinción del género gramatical.
Como hemos visto en la tabla 1, los pronombres reflejaban las funciones sintácticas, pero tenían carencias de género, pues no distinguían masculino de femenino en el objeto indirecto, ni masculino de neutro en «lo».
Apunta Lapesa en su Historia de la lengua española que, ya por tiempos del Poema de mio Cid, se estaba forjando el nuevo sistema que prestaba más atención al género.
Leísmo, laísmo y loísmo se remontan ya al ‘Poema de mio Cid’
Muy posiblemente tuvo algo que ver el régimen de algunos verbos que en latín requerían dativo pero que en español se concebían como transitivos, por ejemplo servīre ‘servir’ o mināri ‘amenazar’, a pesar de lo cual se seguían usando los pronombres de objeto indirecto «le(s)» cuando se percibía que correspondía objeto directo. De aquí, este «le(s)» debió de extenderse a otros verbos que regían históricamente acusativo.
El resultado simplificado de todo este pequeño lío fue un sistema en el que se ignoraban las funciones sintácticas (todos los pronombres servían tanto para el objeto directo como para el indirecto) para hacer hincapié no solo en el género gramatical, sino en si la referencia era contable o incontable (p. ej. las personas o el agua, respectivamente):
Ejemplos con el nuevo sistema de pronombres de objeto
La tabla 2 es una idealización del sistema que surgió, que seguiremos desarrollando un poco más abajo. Según este sistema, tenemos casos que nos sonarán mejor o peor según dónde nos hayamos criado y con quién hayamos tratado desde la niñez; marcados con un asterisco están los usos no estándares según las normas actuales (ejemplos tomados de Penny):
(1) ¿(*)?A mi(s) amigo(s) le(s) vi.
(2) *El reloj me le rompí.
(3) Le(s) mandé una carta a mi(s) amigo(s).
(4) A mi(s) amiga(s) la(s) vi.
(5) La cabeza la tengo sucia.
(6) *A mi(s) amiga(s) la(s) mandé una carta.
Pero el caso más extremo, sin duda, era con el pronombre «lo», para referencia incontable, que podía usarse para el masculino (lo cual no habría de chocarnos), pero también para el femenino:
(7) **Esta leche hay que echarlo.
Historia del leísmo, del laísmo y del loísmo
Este sistema que acabamos de ver y ejemplificar, insisto, sufrió varias modificaciones posteriores, lo cual resultó en varios sistemas paralelos. Sin duda el más extendido fue el de las áreas de Madrid, Toledo, Segovia, etc., que era básicamente como acabamos de ver pero añadiendo una distinción de género en la referencia incontable, con lo que teníamos, ahora sí:
(7′) Esta leche hay que echarla.
Autores como Cervantes, Tirso, Quevedo y Calderón eran leístas y laístas redomados
Sin embargo, esta innovación norteña no llegó a Andalucía, que, muy a pesar de los supremacistas mesetarios, consiguió mantener el sistema etimológico basado en la sintaxis y llevarlo a América de forma más o menos intacta.
De hecho fue un sistema híbrido entre el etimológico y el referencial, de compromiso pero bastante satisfactorio, el que acabaría por triunfar y que actualmente es la norma con alguna pequeña variación:
Tropelías leístas de la RAE primitiva
Pero, como la corte era la corte y en sus inicios la RAE era bastante clasista y pretendía imponer el español de los cultos y por ende el de los poderosos, en 1796 tuvieron a bien censurar el uso etimológico en favor del leísmo, único uso correcto según esta norma; afortunadamente lo enmendarían algo más tarde no solo aceptando el uso histórico sino incluso dándole preferencia, situación actual.
En 1796 la RAE condenó el laísmo y el loísmo, pero intentó implantar el leísmo
Con todo lo dicho entre leísmo, laísmo y loísmo, viene bien recordar aquello de la concordancia de «les» cuando es una duplicación de un objeto indirecto que se dirá a continuación, como «darles a las bolas» y no *«darle a las bolas».
Este fenómeno tiene ya antecedentes medievales, aunque en mi modesta opinión no es que se extienda hasta el presente, sino que las causas actuales son otras, posiblemente el hecho de que ese «le(s)» enclítico se percibe como un simple apoyo y no como un pronombre que haya de concordar en número con nada, una especie de lexicalización o de uso expletivo.
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«Orígenes de leísmos, laísmos y loísmos», de delcastellano.com.