Actualizado el 28 de febrero de 2016.
Hoy, aprovechando que recientemente ha sido el Día de Andalucía, contaré una pequeña anécdota de cómo una cena con unas amigas americanas me hizo reflexionar y descubrir un rasgo del habla andaluza del que hasta entonces no era consciente. Aunque no soy en absoluto andalucista, sirva como homenaje filológico.
Entre la variedad de opciones de la carta de cierta cadena de pizzerías se encontraba una llamada «pecado carnal». Les pregunté a mis amigas americanas si sabían qué significaban esas palabras, y me dijeron que no. Entonces les traduje el nombre al inglés: carnal sin. No me entendieron. Volví a repetirlo: «pecado carnal significa carnal sin». Seguían sin entenderme, y su cara era de gran confusión. Volví a repetirlo. Aún confundidas, intentaron ayudarme: «¿cantar carnal?». «No, no [sing]: [sin]», respondí yo. En medio de la frustración de todos, decidí escribirlo en el móvil: carnal sin. «Ahhhh».
En ese momento no comprendí por qué no me habían entendido. Meses más tarde, en un momento de inspiración, intuí qué podía haber pasado, y me puse a investigar para corroborarlo.
Para entender de qué va la cosa, primero hay que dejar claros algunos puntos, que intentaré exponer lo más concisamente posible.
Los sonidos [n] y [ŋ]
Tanto en inglés como en español existen al menos dos tipos de n: la normal, que representaremos como [n], y la gangosa, que representaremos como [ŋ].
En español, el sonido [ŋ] solo ocurre delante de los sonidos [k] («encanto»), [g] («manga») y [x] («angina»). La transformación de la [n] en [ŋ] es automática, inconsciente, en estas tres posiciones.
Si uno se fija en el simbolito ŋ, ve que representa una n con el rabito de una g, es decir, es una mezcla de ambas letras (nasal + velar), y esto es porque la [ŋ] se pronuncia aproximando la parte trasera de la lengua al velo del paladar, exactamente igual que [k], [g] y [x], en vez de tocando los alveolos con la punta de la lengua como la [n]. Esto responde al ahorro de esfuerzo articulatorio del que hablamos en su momento.
Compárese la casi idéntica posición de la lengua en la realización de [ŋ] con la de [k, g] en esta imagen; la única diferencia es la apertura de la cavidad nasal, igual que en [n], para que el aire salga por la nariz en lugar de por la boca.
Como hemos dicho, el cambio de [n] a [ŋ], automático e inconsciente, responde al ahorro de esfuerzo articulatorio; pero si un hablante se esforzara en pronunciar [enˈkanto] (pronunciación forzada) en lugar de [eŋˈkanto] (pronunciación natural), todos los hispanohablantes seguiríamos entendiendo la palabra perfectamente y posiblemente ni nos daríamos cuenta de que el hablante ha hecho tal esfuerzo. Esto es porque, a oídos hispanohablantes, ambos sonidos son prácticamente lo mismo y no suponen cambio ninguno en el significado de una palabra (distinción de andar por casa entre fonema y alófono).
El quid de la cuestión es que, en inglés, la diferencia entre [n] y [ŋ] es totalmente relevante: aparte de ocurrir lo mismo que en español (es decir, que [n] se convierte en [ŋ] ante [k, g]), el sonido [ŋ] puede aparecer en otras posiciones (sobre todo a final de palabra) y establecer una diferencia de significado entre un par de palabras casi idénticas, en las que la única diferencia es la aparición de una [n] o una [ŋ]. Un ejemplo que viene al caso es sin [sɪn] ‘pecado’ y sing [sɪŋ] ‘cantar’.
Qué estaba ocurriendo en la pizzería
Una vez que estamos familiarizados con la teoría, veamos cuál era el problema que impedía que las americanas me entendieran. Se desprende de todo lo dicho que yo no estaba pronunciando [sɪn], sino [sɪŋ], y por eso ellas no entendían «pecado» como yo pretendía, sino «cantar».
¿Cómo podía ser eso?
Estuve investigando y di con ciertos documentos: punto 3.2 de este, punto 3.3 de este, y sobre todo este, del que directamente citaré algunas partes:
La velarización de la nasal final, así como la nasalización de la vocal, son procesos característicos tanto en el español peninsular (especialmente en Andalucía) como en diferentes dialectos del español de América.
La comprobada antelación de la mayor parte de los rasgos en Andalucía y su traslación desde los primeros tiempos de la conquista a América, así como el peso demográfico de los colonos de esa procedencia, no dejan ya dudas de que los andaluces constituyeron un fermento —y decisivo fermento— de varios de los principales rasgos fonológicos que caracterizan a gran parte del español americano.
En los casos de -n final absoluta, abunda, junto a la articulación velar de esa [n (ŋ)], sobre todo al enfatizar la pronunciación, la desaparición de la consonante, que es sustituida por una gran nasalidad: por ejemplo «melón» [mêlõ].
Muchos andaluces pronuncian -n como [ŋ]
En resumen: la mayoría de andaluces (y ciertos hispanoamericanos) no pronuncian la n al final de palabra como [n], sino como [ŋ], y esto ocurre de forma tan inconsciente como en el resto de hispanohablantes la transformación de [n] en [ŋ] ante [k, g, x].
Este rasgo propio del dialecto andaluz, al ser inconsciente, se traslada a cualquier otro idioma, y, si un andaluz pronuncia «dame pan» como [ˈdame ˈpaŋ] en lugar de [ˈdame ˈpan], es normal que diga sin como [sɪŋ] en lugar de [sɪn] hasta que se le hace caer en la cuenta de ello (momento que, por cierto, a mí, en mis lustros como estudiante de inglés, nunca me ha llegado).
Curiosamente, según mis propias observaciones caseras (la muestra hemos sido mis familiares y yo mismo), este fenómeno se extiende fuera de lo que parecería lógico. Por ejemplo, un andaluz pronuncia «pan» como [ˈpaŋ], pero «pana» como [ˈpana], pues la n ya no está en posición final. Si tenemos en cuenta que en el hablar normal las palabras se van enlazando, lo normal sería que «pan andaluz» se pronunciara [ˈpanandaˈluθ], ya que la n final de «pan» ha dejado de ser el último sonido de la cadena hablada.
Sin embargo, la pronunciación esperada [ˈpanandaˈluθ] puede (o no) ser sustituida por [ˈpaŋandaˈluθ], y ambas pronunciaciones pueden darse en el mismo hablante sin razón aparente para que se dé una u otra. Este hecho, según mis observaciones (hechas a raíz de algo que leí en otro documento que ahora no puedo localizar), parece ser más propio de las nuevas generaciones, y de hecho así ocurre conmigo mismo, que tiendo a pronunciar [ˈpaŋandaˈluθ], mientras que mis padres conservan más la pronunciación [ˈpanandaˈluθ].
Por supuesto, si uno se va ya a los libros gordos, como el volumen de fonética y fonología de la Nueva gramática de la lengua española o Variation and Change in Spanish de Ralph Penny, puede comprobar que el fenómeno está extendidísimo no solo en Andalucía y por buenas partes de América, sino dentro de la propia península.
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«La pizza que me hizo reflexionar sobre el andaluz», de delcastellano.com.